lunes, 5 de octubre de 2015

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR PARTE 3

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR PARTE 3
Por: Maurice Nicoll

LAS GENTES SEMBRADAS EN NUEVA TIERRA

A las tres categorías de personas que no pueden lograr una evolución interior  porque se las sembró en el mundo en tal forma que les es imposible, siguen otras tres según la definición de la Parábola del Sembrador.

Estas tres categorías constituyen una sola clase de gente.

Son las sembradas en buena tierra, las que llevan fruto, uno a ciento, otro a sesenta y otro a treinta.

En su interpretación, Cristo dice de ellas:

"Más el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y el que lleva fruto; y lleva uno a ciento, y otro a sesenta, y otro a treinta." (Mateo, XIII, 23).

En total, la parábola describe cuatro clases de tierra:

A una la llama 'junto al camino'; a la segunda, 'pedregales'; a la tercera, la 'espinas'.

La cuarta es la 'buena tierra.'

La simiente que cae en mala tierra no da frutos.

La que cae en buena tierra da tres grados de fruto que se representan con los números 100, 60 y 30.

Tomemos nota de la inversión, pues más natural fuera esperar un orden distinto y que culminase con el que da mayor fruto.

Esta inversión no aparece en las versiones de Marcos y Lucas.

En Marcos se cita a Cristo diciendo:

"Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra, y la reciben y hacen fruto, uno a treinta, otro a sesenta y otro a ciento."

Y en Lucas:

"Más la que en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída y llevan fruto en paciencia."
(Lucas, VIII, 15).

En su versión de esta parte de la parábola en si. Lucas dice:

"Y otra parte cayó en buena tierra, y cuando fue nacida llevó fruto a ciento por uno.
Diciendo estas cosas clamaba:

El que tiene oídos para oír, oiga." (Lucas, VIII,8).

La interpretación del propio Cristo varía en cada uno de los Evangelios.

Por ejemplo.

Lucas parece no entender que es el hombre mismo a quien se le siembra de un modo diferente.

Así, en su interpretación dice: 'y los de junto al camino, éstos son los que oyen' (οι δε παρα την όδον), "y los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo"(οι δε έπι της πετρας), etc.

Mateo' y Marcos hablan de gentes sembradas en la vida de distintos modos.

A algunas se les siembra junto al camino, a otras en pedregales, etc.

Y la palabra de Dios también se siembra en ellas, pero sus resultados son muy distintos.

Los Evangelios se escribieron mucho tiempo después de haber muerto Cristo.

Lucas jamás le conoció.

Era discípulo de Pablo, y Pablo tampoco recibió enseñanza directamente de Cristo.

Es posible que Pablo aprendiese en alguna escuela cerca de Damasco.

Cuanto más allegado está un Evangelio a la fuente original de la enseñanza, tanto más rico es su lenguaje de parábolas.

Si estudiamos la curiosa inversión de cifras en Mateo como si poseyeran un significado que no entendieron ni Marcos, ni Lucas, tal vez diríamos que el de Mateo es el evangelio más allegado a la enseñanza original.

Pero, por lo general, se considera que es el de Marcos el más original.

Los primeros tres Evangelios se llaman sinópticos.

Pero esto no quiere decir que fueran escritos por testigos presénciales, como por lo común se presume.

Significa que los tres coinciden en mucho.

Y esto es lo que los diferencia del de Juan.

Si el Evangelio de Mateo lo escribió el propio discípulo Mateo, originalmente Leví el publicano, entonces sería el único escrito por un testigo presencial de Cristo.

Marcos y Lucas o no habían nacido o eran muy niños cuando murió Cristo.

Es preciso tener siempre presente que el conocimiento de la enseñanza que impartía Jesús se conservaba en escuelas.

La enseñanza era oral y se la mantenía viva.

La fecha de su primera publicación escrita es cosa secundaria.

La enseñanza acerca de la posible evolución interior del hombre, y acerca de su verdadero significado en la tierra, se ha mantenido siempre en escuelas, y así se ha podido conservarla a través del tiempo.

Surge con ciertos intervalos fijos, o más bien en ciertos períodos históricos, ya sea en forma religiosa o de otra clase.

Su finalidad es dar un impulso a la humanidad para elevarla por encima de la barbarie hacia la cual tiende a caer si se la desampara.

Esta enseñanza posibilita el desarrollo del arte, de la ciencia, de la literatura, y de este modo eleva las gentes a cierto 'nivel normal' de comprensión.

Y este nivel de normalidad es el que las gentes han de alcanzar, al menos algunas, antes de que siquiera se haga posible plantear la idea de una
evolución interior.

Lo que llamamos 'cultura cristiana', en la que históricamente, al menos, han podido surgir varios movimientos de arte, literatura, filosofía y ciencia, comenzó en parte con el impulso que dio el drama de Cristo que se representó tan cuidadosamente; y en parte gracias al trabajo de muchos hombres anteriores y posteriores a Cristo.

Aún cuando sea muy cierto decir que no ha habido verdaderos cristianos (o sea personas que hayan alcanzado la evolución interior que alcanzó Cristo al pasar por una infinidad de tentaciones y sufrimientos además de la crucifixión), no hemos de olvidar que este impulso fue el origen de una gradual organización de la vida del hombre y que, externamente al menos, lo elevó por encima de una condición de barbarie e hizo posible cierto grado de civilización.

Retornemos a la idea general de la parábola del sembrador antes de buscar el significado de la 'buena tierra'.

El detalle y la parte no pueden entenderse salvo con relación a la idea total.
Como un todo, la parábola trata de la enseñanza para la evolución interior del hombre.

Las categorías de personas a quienes define se refieren a las posibilidades que hay en las que se hallan (o fueron sembradas) en la vida con relación a la recepción y comprensión de la enseñanza y que se someten a la evolución interior, pues tal es su motivo.

Tras cada una de las parábolas hay una idea general, y los detalles y el lenguaje varían con ella.

En esta parábola todo se refiere a la idea general de que, primero, hay una enseñanza que se llama la Palabra; segundo, que los hay que pueden y que no pueden entenderla y entre los que pueden entenderla hay quienes la aceptan íntegramente, y la aplican.

A estos últimos se llama la simiente caída en 'buena tierra' y son los que pueden dar frutos de perfección.

Ahora bien, una enseñanza sobre la evolución interior trata principalmente del hombre en sí.

El sujeto del experimento es el propio hombre.

Es él quien tiene que evolucionar a través del conocimiento y la aplicación de la verdad sobre la evolución interior.

Únicamente de este modo podrá dar frutos.

La simiente de la Palabra crecerá en él.

A la vez, él mismo es una semilla de la enseñanza sembrada en él.

La semilla, la Palabra, no puede crecer a menos que él mismo crezca o evolucione.

Es decir, a medida que él crezca crecerá la Palabra en él.

Al contrario, esto puede ser cosa difícil de entender, pues los hombres toman el conocimiento, o la verdad, como si fuese algo aparte o separado de ellos mismos, algo distinto a la clase de gente que son.

La idea es que existe un orden de conocimiento o de verdad que no puede entenderse debidamente, salvo por medio del desarrollo personal de sí mismo.

Parece raro, pero pensadlo.

Lo evidente es que si existe un conocimiento acerca de la propia evolución, ésta tiene que ser la evolución de sí mismo.

Su arte lo hemos de aplicar a nosotros mismos.

El arte, el artista, el sujeto con que trabaja son una sola cosa.

Nadie se molestaría en aplicar cualquier clase de conocimiento, en el orden de cosas que fuere, a menos que advierta su bondad.

Si el hombre no capta la bondad de una cosa, no conseguirá saber mucho de ella.

O bien puede aprender algo, pero al hallarlo de difícil aplicación, lo abandonará.

Lo que hace que un hombre sea fuerte, en cualquier cosa que haga y con relación a su conocimiento, es la convicción que tiene de que su conocimiento es bueno.

Si carece de una convicción profunda de la bondad de algo, este 'algo' no pesará gran cosa en sus decisiones, aún cuando tenga cierto interés intelectual como una forma de conocimiento o de verdad.

Ya hemos visto que la categoría de 'pedregales' en la definición de la parábola se refiere a los seres de esta naturaleza.

Reciben la verdad, pero carecen de profundidad de tierra, o sea que no pueden ver su bondad.

Y en cuanto aumentan las dificultades, su interés se esfuma.

Los que dan frutos son únicamente los clasificados de 'buena tierra'.

Tener buena tierra significa tener el poder de ver el bien.

De ver el bien, la bondad de la palabra, del conocimiento que enseña la verdad acerca de la evolución interior o reino de los cielos que está en el hombre mismo.

El poder de captar el bien de la enseñanza les es posible solamente a los de esta categoría.

Los de la primera, los sembrados junto al camino, no ven nada realmente bueno en ella.

La segunda ve algo bueno; son los sembrados en los pedregales.

Los de la tercera, sembrados en los espinos, ven demasiado lo bueno en otras cosas, en las preocupaciones y los afanes del mundo.

La última categoría ve lo bueno en distintos grados, pero en cada uno ve lo suficiente para, dar fruto.

Dar fruto es hacer florecer, en sí mismo, la enseñanza de la evolución interior.

El fruto son ellos mismos mediante su propia evolución.

Se ve lo mismo en muchas de las cosas de la naturaleza, sólo que esta es una evolución maquinal, automática.

La oruga se transforma en mariposa.

Pero esto 'sucede'; es maquinal.

En el caso del hombre, su posible evolución a un estado superior de sí mismo no es cosa que suceda.

Tiene que trabajar él conscientemente.

Pero, como en el caso de la oruga, el experimento es él mismo; él es el experimento de su propia metamorfosis o transformación, que tanto y tan claramente acentúan los Evangelios, destacándola como la verdadera finalidad del hombre.

Tal cual es, el hombre es 'tierra'; cuando pasa por una evolución interna, es 'cielo'.

Cuando se emplea el "Padre Nuestro" con este fin y se dice: "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo", uno en realidad implora la transformación de sí mismo, pero sin saberlo.

Cuando las gentes rezan eso, piden el más pleno florecimiento de sus propias vidas, de sí mismas.

Pero la Tierra en el hombre es de muy distintas caudados.

En algunos es solamente tierra junto al camino.

En otros, pedregales.

Los hay llenos de abrojos y de espinas.

Y también quienes son buena tierra.

Para poder cambiar, el hombre debe ante todo recibir la enseñanza correspondiente a su nivel natural, en su propia 'tierra'.

La simiente ha de hallar una tierra adecuada, y esta tierra es en el hombre la clase de persona que es.
Ya hemos visto que hay distintas clases de hombres, distintas 'tierras.'

Al caer únicamente como semilla en el hombre, la verdad es importante.

Tiene que caer en tierra adecuada.

La verdad, la enseñanza, el conocimiento de la evolución interior ha de unirse al bien para desarrollarse y crecer.

Esto significa que el hombre ha de ser capaz de ver lo bueno de la verdad que se le enseña, pues de otro modo no pasará nada.

El poder ver el bien o lo bueno de cualquier cosa es muy distinto a "ser bueno."

En realidad, no tiene nada que ver con "ser
bueno", sino con el poder o la potencialidad del bien.

Tener bien es poseer la capacidad de ver el valor de alguna cosa.

Esto es bondad. Y tal la concepción fundamental del bien en los Evangelios.

Toda forma de conocimiento, toda forma de verdad tiene que hallar y unirse a su correspondiente bondad para que se haga viva.

Toda verdad tiene su propia bondad, y el punto en que pueden encontrarse y unirse es el Hombre.

El bien y la verdad han de unirse para dar fruto.

Cuando una persona empieza a ver lo bueno de alguna verdad que se le enseña, comienza a producirse una unión entre lo que sabe y lo que es.

Y esto se debe a que el hombre no puede querer (en el sentido de aplicar la voluntad) cosa alguna hasta no haber reconocido su bondad.

No basta saber que una cosa es cierta.

Ha de querer la verdad, y para poder quererla necesita ver lo bueno de ella, lo bueno del conocimiento que se enseña.

De este modo la verdad se conecta íntimamente a lo que él es, y así se convierte en una verdad viviente.

Entonces, cuanto mejor vea en ella, tanto más crecerá la verdad y más se desarrollará.

Y mientras más verdad vea, más crecerá el bien que ve.

Más adelante trataré el significado del bien y lo relacionaré con una de las primeras enseñanzas griegas.

Todas estas ideas están ocultas en la Parábola del Sembrador, junto con muchas más, pues una parábola yace en una dimensión de altura y profundidad, y su significado se extiende desde el sentido más externo y literal hasta el más elevado o íntimo, y son comprensibles sólo en los estados superiores de conciencia en que el lenguaje y la imaginación constituyen puro significado1.

"Y decía: ¿A qué haremos semejante el reino de Dios? O ¿con qué parábola le compararemos?

Es como el grano de mostaza, que cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las simientes que hay en la tierra; más después de sembrado cubre, y se hace la mayor de todas las legumbres, y echa grandes ramas de tal manera que las aves del cielo puedan morar bajo su sombra." (Marcos, IV, 30/32).

¿Por qué a la semilla de un nivel superior se le llama 'la más pequeña de todas las simientes'?

Porque al nivel de los sentidos y de la mente que se apoya en ellos y en sus abrumadoras pruebas, la idea de que haya un nivel más elevado de significado, una distinción mucho más fina, es casi nada.

El nivel superior no puede ser más que un punto en el inferior.

Un punto sin el menor desarrollo.

Del mismo modo que un nivel inferior, y todo cuanto corresponde a esa vida y su significado, no es sino un punto en el nivel superior.

Y en este caso algo que tiene muy poco significado.

Puede representarse como una de las ideas que contiene un símbolo muy antiguo: el Sello de Salomón.

El nivel inferior y todo lo que le corresponde, terminan como solamente un punto en el superior.

Como un significado muy pobre, o como ninguno.

Y todo lo que corresponde al nivel superior es un simple punto en el inferior.

Si dibujamos un árbol que comience en el punto donde el nivel superior toca al inferior y lo extendemos hasta el superior, nos mostrará las conexiones a que se refiere la parábola.

Maurice Nicoll


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