lunes, 5 de octubre de 2015

LA OVEJA PERDIDA Y EL DRACMA

LA OVEJA PERDIDA Y EL DRACMA
Por: Maurice Nicoll

Es necesario que volvamos al capítulo XV de Lucas para reinstalarnos en el escenario en que se da, primero la parábola del Hijo Pródigo, e inmediatamente después la del Mayordomo Infiel.

Fariseos y escribas murmuran porque Jesús come con publícanos y pecadores.

La idea que tienen de la religión, su opinión exterior de ella, hace que los actos de Jesús sean un pecado.

Dicen: "Éste a los pecadores recibe, y con ellos come."

Jesús responde con la parábola de la oveja perdida, que es así:

"¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a la que se perdió hasta que la halle? Y hallada, la pone sobre sus hombros gozoso: Y viniendo a casa junta a los amigos y a los véanos diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento." (Lucas, XV, 4/7).

A primera vista esto puede parecer muy sencillo, pero dista mucho de serlo.

La narración se refiere a un hombre que va y busca lo que se le ha perdido hasta que lo encuentra y lo lleva a casa.

Y en la interpretación que da, dice que se trata de un pecador que se arrepiente.

¿Cuál es la conexión?

Veamos lo que se dice en la parábola del dracma perdido, que sigue a la anterior:

"¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si perdiere un dracma, no enciende el candil y barre la casa, y busca con diligencia hasta hallarlo? Y cuando lo hubiere hallado junta las amigas y las vecinas, diciendo: Dadme el parabién, porque he hallado el dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente." (Lucas, XV, 8/10).

En ambas parábolas, el tema principal es el encuentro de uno entre muchos.

Y este uno, cuando se le encuentra, está relacionado con la metanoia (arrepentimiento).

Tanto la oveja como el dracma representan algo perdido, y su encuentro se explica como arrepentimiento.

O sea que estas dos parábolas son una explicación adicional de lo que significa la metanoia, la transformación de la mente.

Puesto que 'arrepentirse' es un hecho íntimo en el hombre, las parábolas han de tener por fuerza un significado igualmente íntimo.

La oveja perdida es algo que se ha perdido en el hombre, y que el hombre mismo ha de encontrar.

Igual cosa con el dracma.

Y ha de subrayarse una vez más que en ambos casos lo perdido se designa con el número uno.

Por consiguiente, este hallazgo de lo que es uno define el significado de que la metanoia ocurre en el hombre.

Deja lo mucho para poder hallar lo uno que falta.

Estas dos parábolas se dan sobre un fondo externo, como con tanta frecuencia ocurre en los Evangelios.

Como de costumbre, los fariseos censuran a Jesús; en este caso porque come con publícanos y pecadores.

De modo que estas dos parábolas se interpretan a menudo como algo que se refiere a ellos, a los pecadores.

Jesús vino a salvar a los pecadores.

La oveja perdida significa uno de ellos, y es posible que los noventa y nueve se refieran a los fariseos que 'no necesitan arrepentimiento'.

En el original griego, esta frase dice literalmente (ού χρειαν έχουσι μετανοιας) 'no les interesa el arrepentimiento.'

Es una ironía.

Quienes continuamente se justifican y se imaginan justos y virtuosos, consideran que no tienen nada de que arrepentirse, y así el arrepentimiento no les interesa, no lo quieren y no lo necesitan.

Son gentes de opiniones fijas y sus ideas ya se han enquistado en ellas.

Para estas personas cualquier cambio en la manera de pensar es un imposible, por la sencilla razón de que no hay nada en ellos que lo quiera o lo busque.

En su sentido más externo, este episodio significa que sólo un hombre entre cien, siente la necesidad de un nuevo entendimiento de su propia vida, y la necesidad de hallar un significado nuevo para su existencia.

Los restantes están satisfechos de sí mismos y nada buscan, pues se sienten justos.

Pero en otra parte Jesús dice que nada puede evolucionar internamente a menos que su 'justicia' sea superior a la de los fariseos.

De otro modo, todo cuanto haga será siempre de la misma calidad.

Los fariseos no tenían nada real, eran todo imitación.

Cuanto hacían lo hacían para acumular méritos o recibir elogios, o bien por temor a perder la reputación.

Este aspecto es el fariseo que vive en el hombre.

Quien obra partiendo de eso, no obra con nada que le sea genuino, nada real en sí mismo, sino que todo lo hace debido a diversas y complejas consideraciones externas según sea su situación, según sea lo que digan otros, según lo que su orgullo le permita o lo que le haga ser más estimado o le haga llamar más la atención.

Da modo que Jesús dice a los fariseos: "¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas." (Lucas, XI, 43)

Y en otras partes los define como aquellos que aman "más la gloria de los hombres que la gloria de Dios." (Juan, XII, 43).

En estos hombres no hay nada real; y si no hay nada real en un hombre, no podrá ver lo que es real.

Podrá combatir la tiranía, predicar el arrepentimiento y hasta morir heroicamente, pero no será él quien lo haga.

En esta clase de hombres, en todos nosotros, existe únicamente la verdad a la que apunta tal rasgo, la verdad de la propia situación, del mérito personal y cosas por el estilo.

Y si de pronto nos viéramos privados de este mundo exterior, si de pronto desapareciese con todos sus valores, propósitos, ambiciones y restricciones, no nos quedaría casi nada; en realidad, nada.

Es decir que el 'hombre' que conocimos se derrumbaría, se esfumaría o quedaría muy poco de él.

Y lo que quedara no tendría ni la menor semejanza con lo que conocíamos.

Volvamos a las parábolas que tratan de la idea de dejar los muchos a fin de poder hallar lo uno.

¿Cómo podremos entenderlas?

Para tratar de entenderlas imaginemos a un hombre que tiene en su poder un número de balas y quiere disparar a un blanco.

Ensaya con una, con otra, con una tercera, y falla.

Examina las balas y, entonces, con gran asombro descubre que una de ellas lleva su nombre o tiene alguna marca especial que al punto reconoce como propia.

Emplea esta bala y aún sin hacer una puntería muy cuidadosa, da en el blanco.

Esta es una bala que le es propia, y porque lo es no yerra con ella.

La palabra que en los Evangelios se traduce como pecado quiere decir, literalmente, en el original griego, "errar el blanco", como cuando se lanza un dardo a un punto y no se da en él.

Y de su significado de errar el blanco llegó a pasar a la idea de fallar o errar en el propósito de uno, en el sentido de cometer un error.

En todo ser humano hay una fase convencional, adquirida en la vida y que no le es propia.

O, si tomamos la idea del Fariseo en nosotros, todo lo que hagamos partiendo de él será siempre una pretensión.

No lo hacemos partiendo de lo que es genuino en el hombre.

Todo el que hace un esfuerzo desde lo que no le es propio, o todo el que hace algo desde lo que no es él mismo, solamente consigue errar el blanco, pues no emplea lo único que puede tener buen éxito.

No nace el esfuerzo desde lo que en él es real, verdadero.

Y esto es, efectivamente, lo perdido.

Esto es lo primero que hemos de entender antes de proseguir en la consideración de estas parábolas y la forma como se conectan con las que les siguen.

Maurice Nicoll




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