EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
Por: Maurice Nicoll
Introducción
La enseñanza que Cristo da en el Sermón de la
Montaña se encuentra entre la que proporciona Juan el Bautista y la que Cristo
da en parábolas acerca de los misterios del reino de los cielos.
Son tres órdenes de
enseñanza.
Y están a diferentes
niveles.
El primero y el más
externo es el de la enseñanza de Juan el Bautista.
Algunos fragmentos de
ella se encuentran en Lucas.
Luego viene una
posición intermedia en la enseñanza del Sermón de la Montaña.
Finalmente viene la
enseñanza interna que se da en parábolas acerca del reino de los cielos.
En este capítulo
tomaremos primero la impartida por Juan el Bautista según aparece en el tercer
capítulo de Lucas; luego, aquella dada en el Sermón de la Montaña según Mateo,
junto con el Sermón del Llano que aparece en el capítulo sexto de Lucas.
Primera Parte
De todas las raras
figuras que se muestran en los Evangelios, Juan el Bautista es una de las más
extrañas.
Sin embargo, es
posible que de él se ofrezca una definición
mayor que de cualesquiera otros.
Por ejemplo, Cristo
lo definió diciendo que era el más grande de todos los hombres nacidos de
mujer, pero que aun el más pequeño en el reino de los cielos era superior a él.
¿Qué representa pues
Juan el Bautista?
¿Qué figura asume en
los Evangelios?
¿Y por qué se da
primero su enseñanza, antes de la llegada de Cristo?
Estudiemos la
enseñanza del Bautista de manera que podamos luego compararla con la que Cristo
ofrece más tarde en el Sermón de la Montaña.
Juan el Bautista
pedía la necesidad de cambiar de manera de pensar, enseñaba el arrepentimiento
y hablaba del reino de los cielos.
Exclamaba:
"Arrepentios, que el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. III,
2).
¿Pero contaba él con
alguna idea sobre la índole del cambio interior que tiene que producirse en la
mente del hombre, y en realidad en todo su ser, antes que el nivel del reino le
sea una cosa accesible?
Aparentemente no; no
la tenía, puesto que Cristo dijo que no era del reino.
Los fragmentos que
conocemos sobre la enseñanza de Juan el Bautista aparecen en el tercer capítulo
de Lucas.
En él se representa a
la multitud que se acerca a él para ser bautizada.
Debemos tratar de
imaginarlo vestido con una piel y dirigiéndose a la gente con palabras duras:
"¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira que
vendrá? Haced pues frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir en
vosotros mismos:
«Tenemos a Abraham por padre»; porque os digo que puede Dios aún de
estas piedras levantar hijos a Abraham." (Luc.
III, 7-8.)
Tomemos nota de que
el Bautista habla a la gente aludiendo a un cambio de mentalidad.
Les dice que no
comiencen a decir dentro de ellos mismos:
"Tenemos a
Abraham por padre".
Tras haber sido
vapuleadas sin discriminación alguna, las personas naturalmente le preguntaban
qué habrán de hacer, qué es lo que él espera de ellas.
"Y las gentes preguntaban diciendo: «¿Pues qué haremos?»
Y respondiendo, les dijo:
«El que tiene dos túnicas dé al que no tiene, y el que tiene que comer
haga lo mismo».
Y vinieron también publícanos para ser bautizados, y le dijeron:
«Maestro, ¿qué haremos?» Y él les dijo: «No exijáis más de lo que os
está ordenado».
Y le preguntaron también los soldados diciendo:
«Y nosotros ¿qué haremos?» Y él les dice: «No hagáis extorsión a nadie
ni calumniéis; y contentaos con vuestra paga»." (Luc. III, 10-14.)
También tomemos nota
de que la pregunta se formula tres veces, la pregunta sobre lo que deben hacer.
Y casi como si el Bautista
sintiese la ineptitud de sus respuestas, como si sintiese su falta de capacidad
para decir a las gentes qué es lo que deben hacer, y su falta de comprensión
sobre el significado del reino, o en qué consiste el verdadero cambio en el
modo de pensar con relación al reino, les anuncia que vendrá otro que es más
que él.
"Y estando el pueblo esperando, y pensando todos de Juan en sus
corazones si él fuese el Cristo, respondió Juan diciendo a todos:
«Yo, a la verdad, os bautizo en agua, más viene quien es más poderoso
que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos; el os
bautizara en Espíritu Santo y fuego, cuyo bieldo está en su mano, y limpiará su
era y juntará el trigo en su alfolí y la paja quemará en fuego que nunca se
apagará».
Y amonestando, otras muchas cosas también anunciaba al pueblo." (Luc. III, 15-18.)
En el Sermón de la
Montaña, Cristo comienza por decirles a los discípulos no lo que deben hacer, sino lo que deben ser antes de poder ganar el
reino de los cielos.
Este sermón comienza
con las palabras: "Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos
es el reino de los cielos".
Cristo habla acerca
de lo que el hombre debe ser, alude a lo que tiene, primero, que llegar a ser
en sí mismo.
El hombre debe
procurar ser muy diferente en sí mismo antes de alcanzar el reino.
Tiene que cambiar de
mente, cambiar en sí mismo, y llegar a ser "pobre en espíritu", sea
cual fuere el significado de esta extraña frase.
Hagamos un contraste
entre esto y lo que enseña el Bautista.
Este habla sobre
deberes externos, bondad ciudadana; Cristo habla acerca de la transformación
interior.
Juan lanza una
tormenta sobre quienes le oyen y les pide arrepentimiento; Cristo habla acerca
del significado del cambio interior que tiene que producirse primero.
Juan les dice qué es
lo que tienen que hacer, y
Cristo les dice qué es lo que tienen que ser.
Un hombre como Juan
el Bautista, que estaba únicamente del lado externo de la enseñanza del Verbo
de Dios, que es la que hace alusión a una posible evolución del hombre, se
inclina siempre a tomarlo todo al pie de la letra.
Y el Verbo de Dios es
algo que no puede tomarse así porque es un medio para establecer un vínculo
entre el nivel llamado "tierra" en el hombre, y el superior que es
posible alcanzar y que se llama "cielo".
El sentido terrenal
es, en verdad, por completo distinto del celestial.
Y a menos que aquél
crezca y se desarrolle alcanzando siempre nuevos significados, no puede haber
contacto alguno con los niveles superiores, y entonces queda muerto.
De suerte que el
hombre literal, el hombre que lo toma todo al pie de la letra, aquel que vive
únicamente en los sentidos, el de significados externos solamente, el que nada
entiende en lo interno y que, si es religioso, sólo sigue los métodos y las
experiencias exteriores de su secta, este hombre no puede desarrollarse.
Ahora bien, si Juan
el Bautista no era del reino, como lo indicó bien marcadamente Cristo, ¿qué
significa estar cerca del
reino?
Esto nos ayudará a
comprender por qué razón la enseñanza del Bautista no era la enseñanza del
reino.
Estar cerca del reino
es un caso de entendimiento interior; y hay un ejemplo muy claro tocante a esto
en los Evangelios.
Examinémoslo antes de
pasar a las demás Bienaventuranzas.
Uno de los escribas
ha preguntado a Jesús cuál es el primero de todos los mandamientos, y Jesús
responde:
"El Señor, uno
es. Amarás, pues, al señor tu Dios de todo corazón y de toda tu alma y de toda
tu mente y de todas tus fuerzas... y el segundo es... amarás a tu prójimo como
a ti mismo".
El escriba contesta:
"Bien, Maestro,
verdad has dicho que uno es Dios y que no hay otro fuera de él, y amarle de
todo corazón y de todo entendimiento… más es que todos los holocaustos y todos
los sacrificios".
Y como Jesús vio que
la respuesta del hombre provenía de
su propia comprensión (y no sabiamente,
como dice la traducción) le dice:
"No estás lejos
del reino de Dios", y ya ninguno osaba preguntarle. (Marc. XII, 34).
¿Podemos ahora ver
por qué motivo se dice que este escriba estaba cerca del reino?
Siempre ha habido
quienes en asuntos de la religión han valorizado en demasía las formas
externas, las observaciones y las disciplinas.
También vemos en los
Evangelios que Juan el Bautista quedó preocupado al enterarse que Cristo y sus
discípulos comían y bebían y no ayunaban conforme a la letra de la ley.
Y no cabe duda de que
hubiese igualmente objetado el que los discípulos recogiesen espigas de trigo
en sábado, o que el Cristo curase a los enfermos también en sábado.
Todas estas cosas
iban contra las leyes mosaicas.
Hacia el final de su
vida, el Bautista, aparentemente, comenzó a dudar de Cristo.
Y hasta le envió un
mensaje preguntándole: "¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a
otro?" (Luc. VII, 19).
¿Y cuál fue la
respuesta de Cristo?
Respondió de tal
manera que el Bautista pudiese entender literalmente.
Dijo:
"Id, dad las
nuevas a Juan de lo que habéis visto y oído; que los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan".
Juan el Bautista no
podía entender que esto denotaba los ciegos, sordos, etc. psicológicos.
Pero éste nivel de comprensión ha existido
siempre, la comprensión de la verdad dura, literal, la comprensión de
únicamente el hombre exterior que mantiene la enseñanza del Verbo de Dios sobre
el nivel de la Tierra y así destruye no solamente su belleza, sino también su
significado, de la misma manera en que uno puede destruir a una criatura con
alas cuando se las corta.
Juan el Bautista representa la enseñanza literal del
Verbo de Dios.
Representa aquella
clase de gente literal a quien Cristo defiende en la persona del Bautista, pues
ella es el punto de partida de todo lo demás, y habla acerca de ellos con tanto
cuidado y ponderación como si fuesen un problema muy difícil de resolver.
Juan el Bautista
creyó en Cristo cuando lo vio; pero hacia el final de su vida comenzó a dudar.
Y éste es el
verdadero cuadro psicológico de
aquellos que habiéndose arraigado en el lado externo de la enseñanza del Verbo,
y todo su áspero significado literal, se hallan de pronto con el sentido
interno o superior, y no lo pueden comprender y caen en la duda; y, en verdad,
se sienten ofendidos porque ya no pueden sentir mérito alguno, ya no pueden
considerarse mejor que los otros.
Sin embargo, debe
comprenderse que el significado literal
del Verbo de Dios tiene que conservarse.
Segunda Parte
La primera
Bienaventuranza, según se las llama, y las ocho restantes, están dirigidas, en
apariencia, a los discípulos de Cristo
y no a la multitud.
Las palabras con que
comienza el capitulo quinto del Evangelio de Mateo expresan:
"Y viendo la gente, subió al monte; y sentándose se llegaron a él
sus discípulos.
Y abriendo la boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de
los cielos»." (Mat.
V, 1-3.)
En Lucas encontramos
una versión abreviada y algo diferente de las Bienaventuranzas; se mencionan
tan sólo cuatro, y esto después que Cristo ha escogido a sus doce discípulos en
la montaña y ha descendido al llano.
De estas cuatro
Bienaventuranzas, la primera dice:
"Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino
de Dios." (Luc.
VI, 20.)
Desde que Lucas
menciona a los pobres, muchos
son los que han pensado que esto quiere decir ser verdaderamente pobre, ser
pobre al pie de la letra.
Pero en Mateo se
dice: "Bienaventurados los pobres
en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos".
Y nadie podrá creer
que los literalmente pobres carecen de orgullo si en este sentido se toma este
versículo.
¿Cómo vamos, pues, a
entender esta expresión "pobre en espíritu?"
En la traducción literal
del original hallamos que la expresión no es "pobre en espíritu",
sino "mendigo del espíritu".
¿Qué significa ser
mendigo del espíritu?
Eliminemos por
completo la noción de que quiere decir ser un mendigo o ser pobre al pie de la
letra.
Hay otra palabra en
los Evangelios que se traduce como pobre
y que significa ser verdaderamente pobre, como en el caso de los diezmos de la
viuda; en este sucedido se presenta a la mujer como una persona en realidad
indigente, pobre en el sentido literal, pero que da más que los otros.
Pero el término
empleado en este caso tiene un significado más bajo.
Se refiere a uno que
se arrastra y que tiembla, como si fuese un mendigo oriental pidiendo limosna
en las calles, y así adquiere una profunda acepción psicológica.
En Lucas, donde sólo
se dan cuatro Bienaventuranzas, se dan también, por así decirlo, cuatro pesares que están en correspondencia
directamente opuesta a las bendiciones.
El pesar
correspondiente a la sucinta formulación de "Bienaventurados vosotros, los
pobres" es' "Más ¡ay de vosotros, ricos!, porque tenéis vuestro
consuelo".
Ahora bien; desde que
Mateo habla de ser pobre en espíritu
el significado de "rico" en Lucas no puede ser otra cosa que "rico en espíritu".
Un triunfo sobre un
rival, una mejora en la situación personal, una recompensa, un negocio
inteligente, todo esto constituye un consuelo.
Pero si en el fondo
de sí mismo el hombre siente que es nada, que no sabe nada, que no merece nada,
si es que anhela comprender más y ser diferente, si en realidad se siente vacío
y desea ser algo, entonces, de hecho, en su mente, en su espíritu, en su
comprensión, percibe su propia ignorancia, su propia nadidad, y en tal caso es
un "pobre en espíritu".
Está vacío y así
puede ser harto.
Sabe y reconoce su
ignorancia, y así puede oír la enseñanza del reino.
Pero si está lleno de
si "mismo, ¿cómo podrá oír algo?
Se oye a sí mismo
todo el tiempo.
Oye las interminables
voces de su inquieta y quejumbrosa vanidad, de su satisfecho o frustrado amor
propio.
Al atacar a los
fariseos, Cristo atacaba la riqueza en
espíritu, y acerca de ellos dijo que ya tenían su recompensa.
Cuando al príncipe
rico le pidió que vendiese todo lo que tenía, no estaba hablando de posesiones
al pie de la letra, sino de aquel aspecto del hombre que le hace imaginar que
es mejor que los demás por sus posesiones mentales, sociales y materiales.
Y lo que hace que un
hombre se sienta especialmente rico en sí mismo es la satisfacción del amor
propio, la vanidad satisfecha, el mérito ofrecido por la vida.
Y en realidad, las delicias
del amor propio satisfecho son más poderosas que cualquier otra cosa en la vida
y sólo tenemos que advertirlas en nosotros mismos para comprobar que esto es
verdad.
Si nos encontramos en
aquel estado de equilibrio que produce el amor propio, y que en realidad puede
también quedar fácilmente trastornado y hacer que uno se sienta ofendido, ¿para
qué vamos a buscar algo nuevo?
¿Cómo se nos podrá
pasar por la mente que somos nada, que no tenemos base alguna en nosotros
mismos, y que a la luz del reino verdaderamente no poseemos nada?
Cristo sigue hablando
tocante a lo que un hombre debe ser, si
es que va a acercarse a un nivel superior en sí mismo, al nivel que se llama el
reino.
"Bienaventurados sean los que lloran, porque ellos tendrán
consolación."
No es fácil de asir
esta idea de que uno puede recibir una ayuda interna y consuelo por el mero hecho de ir contra sí mismo.
Pero si es que hay un
nivel superior de donde procede la dicha
con la cual le es a uno posible comunicarse, entonces esta idea no tiene nada
de extraordinario.
"Bienaventurados
los que lloran" significa que la dicha o la felicidad puede llegarle a la
persona desde aquel nivel superior del reino siempre que llore, siempre que sea pobre en espíritu.
¿Pero debe acaso
suponerse que el hombre tiene que ir por el mundo bañado en lágrimas, llorando
abiertamente o vestido de luto?
Esta idea es absolutamente
imposible en vista de lo que Cristo enseña en el capítulo siguiente de Mateo,
el capítulo sexto, en el que subraya que el hombre debe hacerlo todo en secreto; hacer su limosna en
secreto, ayunar en secreto, y no hacer nada en razón de su amor propio a fin de
obtener una alabanza, un halago o un mérito a los ojos de los demás.
En un sentido literal
uno llora sus muertos.
Pero percibir que uno
mismo está muerto es llorar en
un sentido psicológico.
Son muchas las cosas
que Cristo dice acerca de los muertos, acerca de aquellos que están
psicológicamente muertos, muertos en lo interior, en aquella parte de sí
mismos que es la parte real, la única que puede evolucionar hacia un nivel superior
de hombre; pero porque están muertos no lo saben.
Por tanto, no lloran.
La tercera
Bienaventuranza dice:
"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por
heredad."
En el original, la
palabra πραος, que ha sido
traducida a "manso"
es realmente lo opuesto a la palabra enojado
o resentido.
Quiere decir amansado, hacerse dócil, de la misma
manera como se amansa a un animal salvaje.
Heredar la tierra
significa acá legar la tierra otorgada al hombre del reino.
Está dicha en el
mismo sentido que: "Honra a tu padre y a tu madre porque tus días se
alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da". (Éxodo xx, 12).
Los judíos que
tomaban estas cosas al pie de la letra pensaban que se trataba de la tierra de
Canaán.
Pero su significado
interno es del reino de los cielos.
La tierra, entonces,
significaba el reino.
Y el hombre habría de
ir contra todos sus resentimientos naturales, contra su pasión, su cólera, a
fin de convertirse en un heredero.
La cuarta
Bienaventuranza dice:
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque
ellos serán hartos."
y
se refiere a aquellos que anhelan comprender lo que es la bondad de ser, los
que aspiran al conocimiento de la Verdad que conduce al hombre a un nivel
superior.
Son
aquellos que, al sentir su nadidad, su ignorancia, al sentir que están muertos
en su ser interno, anhelan la enseñanza de la Verdad que posee el hombre
superior, aspiran seguirla y desean saber lo que es el Bien en el nivel del
reino de los cielos.
Sienten
hambre de Bien y sed de Verdad.
La
unión de estas dos cosas en el hombre le hace tener aquella armonía interna que
se llama justicia.
La
quinta Bienaventuranza dice:
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia."
Uno de los
significados de esto es que a menos que perdonemos los pecados de otros no
podemos esperar misericordia alguna para nosotros mismos en relación a nuestra
propia evolución.
En cierto sentido,
tener misericordia es saber y advertir que aquello que uno condena en los otros
es algo que también lleva en si mismo; o sea, es ver la viga en el ojo propio:
es verse a sí mismo en los otros
y a los otros en uno mismo.
Es ésta una de las
bases más prácticas de la misericordia.
Pero, como todo lo de
los Evangelios, además tiene otros significados: uno de estos es que el hombre
debe saber y conocer aquello hacia lo cual ha de tener misericordia en sí
mismo, y aquello hacia lo cual habrá de ser inmisericorde.
La sexta
Bienaventuranza dice:
"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a
Dios."
Literalmente, ser
puro de corazón significa haber purgado
el corazón, haberlo limpiado por medio de una purga.
Ante todo, se refiere
a no ser un hipócrita.
Trata acerca de la
correspondencia entre lo interno y lo externo que tiene que haber en el hombre.
Trata respecto a un
estado emocional que se puede alcanzar; en este estado se percibe directamente
la realidad de la existencia de Dios mediante la claridad de visión que permite
un entendimiento emocional puro, pues nosotros no sólo entendemos con la
mente.
El aspecto emocional
del hombre, cuando se halla lleno de turbaciones sobre si mismo y así alberga
sentimientos malos acerca de quienes no le admiran; cuando está lleno de
compasión hacia sí mismo, de odio y de venganza, etc., se halla oscurecido,
está en tinieblas y no puede cumplir su función de reflejar el nivel superior.
Cuando queda limpio,
el corazón ve, o sea que
comprende la existencia de un nivel superior, la existencia de Dios, la
realidad de la enseñanza de Cristo.
Los Evangelios tratan
muy a menudo acerca de la purificación de las emociones.
Y tomemos nota de que
si no existiese un nivel superior, no habría purificación posible de las
emociones más allá de turbaciones anímicas relativas a sí mismo.
La séptima
Bienaventuranza dice:
"Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados
hijos de Dios."
Crear la paz dentro
de uno mismo es estar libre de las desarmonías internas, de las contradicciones
y de los disturbios íntimos.
Hacer la paz con los
otros es obrar siempre partiendo del Bien que hay en nosotros mismos y no
aferrarse a las diferencias de opinión ni discutir sobre los diferentes puntos
de vista o teorías que siempre crean desavenencias, desacuerdos.
Si la gente obrase
apoyándose en el Bien y no en las divergencias resultantes de las teorías y de
los puntos de vista, o sea de las diferentes ideas que hay acerca de la Verdad,
todos serían pacificadores.
Aquí, Cristo los
llama "hijos de Dios", porque en este caso se piensa de Dios como del
Bien mismo, en el mismo sentido
exactamente en el que Cristo definió a Dios cuando alguien le llamó
"maestro bueno", y él respondió: "¿Por qué me llamas bueno?
Ninguno hay bueno
sino Dios" (Luc. XVIII, 19).
El odio divide a
todos; el Bien todo lo unifica, de tal suerte que es realmente Uno, y esto es Dios.
Siguen otras dos
Bienaventuranzas que en esta breve consideración podemos tomarlas juntas,
porque ambas se refieren a la acción más
allá y por encima del amor propio, y del sentimiento de mérito que
lleva.
"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la
justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
"Bienaventurados seréis cuando os vituperaren y os persiguieren, y
dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.
"Gózaos y alegraos, porque vuestra merced es grande en los cielos:
que así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros." (Mat. V, 10-12.)
Esta misma idea se
expresa en Lucas de la siguiente manera:
"Bienaventurados seréis
cuando los hombres os aborrecieren y cuando os apartaren de sí, y os denostaren
y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo del Hombre.
Gózaos en aquel día y alegraos,
porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus
padres a los profetas."
y el pesar correspondiente a esto se
presenta diciendo:
"¡Ay de vosotros cuando todos los hombres dijeren bien de
vosotros!" (Luc.
VI, 22, 23, 26.)
Como en todas y en
cada una de las Bienaventuranzas, Cristo habla en ésta acerca del hombre, quien
tras un prolongado trabajo psicológico
en sí mismo comienza a desear algo que está más allá de su amor propio.
Habla acerca del
hombre que ya no vive centrado en su amor propio, sino que está buscando el
medio de huir de él.
Y aquí es justamente
donde se encuentra la más difícil de las barreras psicológicas.
Pero aún el poder
captar una vislumbre de ella, aún cuando no podamos pasarla, es ya de un incalculable
valor. ¿Pues quién que lleve una vida respetable y que obre al nivel de la
enseñanza de Juan el Bautista puede evitar el sentimiento de mérito?
¿Y podrá en forma
alguna regocijarse cuando los hombres hablen mal de él?
Un hombre bueno,
bueno en la vida corriente, que es sobre lo que habla Juan el Bautista y desde
lo cual explica todo, fácilmente puede estimar que hace lo mejor que se puede
con sólo comportarse bien: dar la ropa que le sobra, dar de comer a quienes no
tienen cómo proporcionárselo, no exigir más de lo que corresponde legalmente,
no ser violento, no hacer el mal y contentarse con su paga.
¿Pero cómo podrá
escapar del mérito final de todo esto?
Pues cualquiera que
sea la causa del amor propio y por muy buena que sea una persona al nivel de
ese amor, que es el nivel de todos, existe un gran problema psicológico acerca
del cual Cristo habló de innúmeras maneras y con respecto a lo cual muchos se
sintieron ofendidos.
El amor propio, que
se lo adjudica todo a uno mismo, no puede llegar al nivel del reino, y en las
Bienaventuranzas podemos advertir lo que el hombre tiene que llegar a ser, a ser en sí mismo, y en un sentido
completamente distinto al hombre de amor propio, al hombre de mérito y de
virtud, antes que pueda siquiera vislumbrar el reino.
Luego viene el
resumen de todo el significado de las Bienaventuranzas en los extraños términos
de la sal, de tener sal y de que la sal pierde su sabor.
Cristo continúa de la
siguiente manera (aún está hablando a los discípulos) :
"Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere
¿con qué será salada?
No vale más para nada, sino para ser echada fuera y ser hollada por los
hombres." (Mat. V,
13.)
Viendo técnicamente
la sal en este caso, la sal como en la realidad, es una mezcla de dos elementos
diferentes.
Representan una
unión.
Ya vimos en otra
parte que el conocimiento de la Verdad, como ésta misma, lleva a uno a una meta
que es su propio Bien, y que como tal la Verdad tiene su propio uso.
Toda Verdad siempre
busca su unión con el Bien.
Por sí misma la
Verdad es inútil.
Y el Bien por sí
mismo es también inútil...
Las Bienaventuranzas
tratan acerca de cómo alcanzar cierto estado interior de deseo que puede conducir al hombre a
esta unión, pues todo deseo busca alguna forma de unión como la consumación de
sí mismo.
La Verdad de la
enseñanza de Cristo, o el conocimiento del Verbo de Dios, o la Verdad acerca
de la evolución interior del hombre, no significa absolutamente nada si se la
practica por sí misma, sin haberse dado cuenta de la meta o sin haberla
alcanzado; esta meta es el Bien hacia la cual conduce el conocimiento.
La unión de ambas es
la dicha, no la dicha ordinaria que conocemos nosotros y que bien prontamente
puede convertirse en su opuesto, sino es un estado complejo y consumado en sí
mismo de modo que tiene su particular poder de creación mediante su propia
fuerza; es poder porque contiene en si mismo los dos elementos —la Verdad y el
Bien unidos—.
Esta es la fiesta de las bodas de que habla el
Evangelio, el maridaje de dos cosas que deben ocurrir en el hombre y que
constituyen la totalidad de su vida interior.
Esta es la
transformación del agua de la Verdad en vino durante las bodas de Cana de
Galilea.
Pues si se le ve
internamente, si se le ve separado de su aspecto exterior y de su semblanza, el
hombre es ante todo su conocimiento de la Verdad y su nivel del Bien.
Finalmente, en su
evolución, llega a ser esta
boda entre estos dos elementos.
Recién entonces
tiene, en un sentido solamente, lo que en los Evangelios se dice:
"Vida en sí
mismo", por cuanto por esta unión recibe su poder desde un nivel superior.
Quizá sea dable
comprender que un hombre puede practicar el lado de la Verdad sin contar con el
deseo de que le conduzca a ninguna parte que no sea la auto estimación.
Entonces puede
decirse que carece del deseo de que la Verdad que sigue y practica le lleve a
la meta que le espera y que es el Bien.
No tiene el deseo de
consumar esta unión, no anhela este misterio interior de la conjugación.
No quiere que aquello
que sabe se transforme en
aquello que es y que,
finalmente, se una a su propia meta al hallar en si mismo el Bien que le
pertenece.
Entonces es cuando no
tiene sal.
Está obrando sin el
deseo adecuado.
Está quitándole el sabor a la sal,
haciéndola inútil.
Y al carecer de una
verdadera comprensión de lo que está haciendo confundirá fácilmente aquella
enseñanza que conoce con su vida ordinaria y con todas sus reacciones de tal
modo de vivir.
Sin ver hacia dónde
conduce la Verdad, o cuál es su meta, la tomará a su propio nivel, la tomará
como una finalidad en sí misma y aún hará que ella sea una nueva fuente de
donde broten otros disgustos, rivalidades, celos y superioridad sobre los
demás, y aún crueldad.
Estará ciego con
respecto al Bien de la enseñanza que ha recibido y que es su verdadera
finalidad.
Esta es la razón por
la cual Cristo dijo, en otro lugar, después que sus discípulos estuvieron
riñendo entre ellos acerca de cuál era el más grande:
"Buena es la sal; más si la sal fuere desabrida ¿con qué la
adobaréis? Tened en vosotros mismos sal, y tened paz los unos con los
otros." (Mat.
IX, 50.)
Llevados por su amor
propio, los discípulos estaban riñendo entre sí; habían olvidado sus
propósitos.
Y es justamente porque
las gentes olvidan el motivo por el cual estudian la Verdad y no quieren ser
realmente diferentes y darse cuenta de otra clase de Bien, que lo mezclan y lo
revuelven todo, tanto lo viejo como lo nuevo.
Por esta razón.
Cristo dice:
"Buscad primero el reino
de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura".
Maurice Nicoll
No hay comentarios:
Publicar un comentario