LA
OVEJA PERDIDA EN LA VERSIÓN DE MATEO
Por:
Maurice Nicoll
En el
capítulo XVIII de Mateo, la parábola de la oveja perdida se da en una forma un
tanto distinta y aparentemente con un contenido diverso.
Esto es
algo que ocurre muy a menudo en los Evangelios y tales discrepancias aparentes
constituyen un serio tropiezo para las mentalidades que toman estas ideas al
pie de la letra.
Discutirán
afirmando que, puesto que las narraciones no coinciden palabra por palabra y
coma por coma, y ya que no tienen la misma contextura, no puede haber
"verdad" en ellas.
Su
error estriba en suponer que la verdad sea tan sólo la confirmación del hecho
externo o del suceso histórico.
La
verdad no es de un solo orden.
La
verdad física es un nivel de la verdad.
Y resulta
evidente que las parábolas no representan una verdad física ni hechos que sean
todo lo literales que indican sus títulos.
La
verdad de la parábola de la oveja perdida no descansa en un pastor de carne y
hueso que tenía exactamente cien ovejas y perdió exactamente una.
La
verdad que contienen las parábolas es de otro orden.
De un
orden psicológico.
Esto
significa que dichas parábolas tienen que ver con la vida interior del hombre,
con una verdad interna.
Gran
parte de la verdadera enseñanza de Cristo acerca del hombre y de su posible
evolución está contenida en las parábolas.
Y visto
que lo más importante era dar esta enseñanza, fueron incluidas en la versión
general del drama cristiano ahí donde hay ocasión de hacerlo.
Esta es
una de las razones por las cuales no hay uniformidad en ellas.
El
significado de una parábola no puede agotarse con una sola interpretación.
Pero si
uno no hace ningún esfuerzo por captar su significado, la parábola no podrá
'trabajar' en nuestra mente.
Las
parábolas se diseñaron de tal modo que pasen del nivel literal de la mente —de
aquel nivel de la mente sensual que exige-pruebas visibles de todo— y lleguen a
la comprensión interior, que es el único punto de partida para el crecimiento
del hombre interior.
Pues el
hombre es su comprensión.
De modo
que puede decirse que la parábola se creó para que el hombre piense.
Y a
menos que el hombre empiece a pensar de cierto modo y por sí mismo, la metanoia le será imposible y no podrá
comenzar su evolución.
Esta es
la razón por la que Jesús puso tanto énfasis en el 'arrepentimiento' (metanoia)
como el primer paso indispensable.
En la
versión de Mateo, la parábola de la oveja perdida no aparece en el marco ya tan
familiar en que los fariseos censuran la conducta de Jesús.
La
contextura del tema en este caso tiene que ver con un pequeño, o un niño, a quien no hay que escandalizar.
Los
discípulos preguntan:
'¿Quién
es el mayor en el reino de los cielos?'
Jesús
llama a un niño y lo pone en medio de ellos y les dice:
"De cierto os digo que si no os volviereis y
fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera
que se humillare como este niño, éste es el mayor en el reino de los cielos. Y
cualquiera que recibiere a tal niño en mi nombre, a mí recibe. Y cualquiera que
escandalizare a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en lo
profundo de la mar." (Mateo, XVIII, 3/6).
Se
produce un cambio de significado con relación a la idea de pequeño.
Al
comienzo se emplea el término griego paidion
((παιδιον) que efectivamente significa 'niño'.
Pero
cuando Jesús dice: 'Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños que
creen en mí", el término griego cambia a mikros (μικρος), que significa pequeño, chico, como microscópico.
Ya no
se refiere a los niños, sino a quienes han comenzado a seguir a Cristo y ya
tienen cierto entendimiento; mejor dicho, a los que han comenzado a entender a
través de lo que en ellos es pequeño.
Se
refiere a aquellos en quienes ha empezado ya el proceso de la metanoia.
Más
adelante, y luego de haber dicho que es necesario que vengan escándalos, dice:
'mas ¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!', y agrega:
"Mirad no tengáis en poco a alguno de estos
pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi
Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del hombre ha venido para salvar
lo que se había perdido. ¿Qué os parece? Si tuviese algún hombre cien ovejas y
se descarriase una de ellas, ¿no iría por los montes, dejadas las noventa y
nueve, a buscar la que se había descarriado? Y si aconteciese hallarla, de
cierto os digo que más se goza de aquélla, que de las noventa y nueve que no se
descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos,
que se pierda uno de estos pequeños." (Mateo,
XVIII, 10/14).
De
suerte que la oveja perdida es el pequeño.
En esta
parábola se relaciona a uno que
se ha perdido con "la voluntad de vuestro Padre que está en los
cielos."
Hacia
este uno se dirige la voluntad
de Dios, o bien es éste el único que
puede conectar al hombre con el 'cielo.'
'Así,
no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de
estos pequeños."
Y
aunque en este caso no se menciona el 'arrepentimiento', hemos de tener
presente lo que ya se ha dicho: 'antes si no os arrepintiereis, todos
pereceréis, igualmente.'
Quiere
decir que quien no alcanza aquel estado que se llama 'arrepentimiento', la metanoia; perecerá inevitablemente.
Pero la
Gracia de Dios comienza a obrar sobre quien se "arrepiente", y esto
tiene que ver con el hallazgo de lo que se ha perdido o descarriado.
Si
ahora volvemos a aquel verso del Padre Nuestro:
'Hágase
tu voluntad, así en la tierra como en el cielo', y lo aplicamos nuevamente en
su sentido interno, al estado interior del hombre, echaremos de ver que se
refiere al 'cielo' en el hombre; mejor dicho, a aquella posibilidad que tiene
el hombre de colocarse bajo un nuevo orden de influencias que se definen como
la voluntad de Dios.
En esta
parábola esto se vincula con el hallazgo de lo que el hombre ha perdido, con
este uno, y del que
expresamente se dice que no es la voluntad del cielo que se pierda.
Podemos
hacer otra analogía: supongamos que alguien quiera extraer oro de la tierra.
Para
hacerlo tendrá que utilizar algún instrumento.
Pero el
instrumento sólo será un medio para dicho fin.
La
finalidad es extraer oro, y una vez hallado el oro, el instrumento deja de
tener utilidad.
En más
de un sentido, los Evangelios ven al hombre de una manera muy similar a esta
analogía.
Consideran
que tal cual es, está perdido.
Pero
que en él hay algo tan precioso como el oro.
Al
principio tiene que aprender a vivir en el mundo y obtener del mundo un
instrumento que le permita vivir.
Pero,
desde el punto de vista de los Evangelios esta no es su finalidad, su propósito, su fin.
El
instrumento que el hombre adquiera en la vida puede ser bueno como malo: y si
es malo, nada hay en él que pueda llevarlo más allá de sí mismo.
Todo lo
bueno que adquiera en la vida no le es realmente propio, no le pertenece, sino que constituye su primera etapa,
una etapa que le es absolutamente necesario alcanzar con relación a la
totalidad de la enseñanza de la evolución
humana.
Esta
faz que el hombre adquiere, faz que no le es propia y que, a la vez, le permite
desempeñar alguna función útil en la vida, a comportarse con decencia, a
cumplir con sus deberes, etc., no es el punto desde el cual puede evolucionar.
Pero, a
menos que se forme, no será posible que haya en él un crecimiento interior o
evolución.
Todo
este aspecto de la vida del hombre que, como ya se ha dicho, puede ser bueno y
útil y que ha de adquirirse en la vida mediante la educación y preparación, ya
que sin él nada puede ocurrirle, puede llamarse, grosso modo, "los otros noventa y nueve."
Es
aquella parte del hombre que no necesita arrepentirse.
Y no lo
necesita porque no puede adelantar.
Aunque
tenga esta faz bien construida, con los mejores medios y por las mejores
influencias de la vida externa, no está, sin embargo, vivo.
Por muy
bueno que sea, se halla de todos modos muerto
o perdido desde el punto de vista de la enseñanza de Jesús.
Es
indispensable comprender que la vida conduce al hombre solamente a una etapa de
su posible evolución.
Y toda
la enseñanza de los Evangelios, y otras similares, que tratan acerca del hombre en su más íntimo sentido, se refiere
a una mayor evolución, que
empieza con la metanoia.
Pero
para poder desaparecer, para
volverse un niño pequeño, para buscar lo que ha perdido, tiene que ir
necesariamente contra todo lo que cree ser, contra cuanto ha hecho y contra lo
que estima más valioso de su carrera.
Esta
faz, "los noventa y nueve", no precisa arrepentirse por la sencilla
razón de que no lo necesita.
Para
que el hombre pueda trocar su cimiento
interior y comenzar de un modo enteramente nuevo; para 'volverse' o
librarse de sus muy razonables sentimientos de mérito, debe emprender una lucha
que ni siquiera podría empezar a menos que vea todo lo hecho sólo como un medio que le conduce a otro fin.
Y
acerca de este fin τέλος hablan
los Evangelios en casi todas sus líneas.
Maurice
Nicoll
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