lunes, 5 de octubre de 2015

LA OVEJA PERDIDA EN LA VERSIÓN DE MATEO

LA OVEJA PERDIDA EN LA VERSIÓN DE MATEO
Por: Maurice Nicoll

En el capítulo XVIII de Mateo, la parábola de la oveja perdida se da en una forma un tanto distinta y aparentemente con un contenido diverso.

Esto es algo que ocurre muy a menudo en los Evangelios y tales discrepancias aparentes constituyen un serio tropiezo para las mentalidades que toman estas ideas al pie de la letra.

Discutirán afirmando que, puesto que las narraciones no coinciden palabra por palabra y coma por coma, y ya que no tienen la misma contextura, no puede haber "verdad" en ellas.

Su error estriba en suponer que la verdad sea tan sólo la confirmación del hecho externo o del suceso histórico.

La verdad no es de un solo orden.

La verdad física es un nivel de la verdad.

Y resulta evidente que las parábolas no representan una verdad física ni hechos que sean todo lo literales que indican sus títulos.

La verdad de la parábola de la oveja perdida no descansa en un pastor de carne y hueso que tenía exactamente cien ovejas y perdió exactamente una.

La verdad que contienen las parábolas es de otro orden.

De un orden psicológico.

Esto significa que dichas parábolas tienen que ver con la vida interior del hombre, con una verdad interna.

Gran parte de la verdadera enseñanza de Cristo acerca del hombre y de su posible evolución está contenida en las parábolas.

Y visto que lo más importante era dar esta enseñanza, fueron incluidas en la versión general del drama cristiano ahí donde hay ocasión de hacerlo.

Esta es una de las razones por las cuales no hay uniformidad en ellas.

El significado de una parábola no puede agotarse con una sola interpretación.

Pero si uno no hace ningún esfuerzo por captar su significado, la parábola no podrá 'trabajar' en nuestra mente.

Las parábolas se diseñaron de tal modo que pasen del nivel literal de la mente —de aquel nivel de la mente sensual que exige-pruebas visibles de todo— y lleguen a la comprensión interior, que es el único punto de partida para el crecimiento del hombre interior.

Pues el hombre es su comprensión.

De modo que puede decirse que la parábola se creó para que el hombre piense.

Y a menos que el hombre empiece a pensar de cierto modo y por sí mismo, la metanoia le será imposible y no podrá comenzar su evolución.

Esta es la razón por la que Jesús puso tanto énfasis en el 'arrepentimiento' (metanoia) como el primer paso indispensable.

En la versión de Mateo, la parábola de la oveja perdida no aparece en el marco ya tan familiar en que los fariseos censuran la conducta de Jesús.

La contextura del tema en este caso tiene que ver con un pequeño, o un niño, a quien no hay que escandalizar.

Los discípulos preguntan:

'¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?'

Jesús llama a un niño y lo pone en medio de ellos y les dice:

"De cierto os digo que si no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera que se humillare como este niño, éste es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que recibiere a tal niño en mi nombre, a mí recibe. Y cualquiera que escandalizare a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en lo profundo de la mar." (Mateo, XVIII, 3/6).

Se produce un cambio de significado con relación a la idea de pequeño.

Al comienzo se emplea el término griego paidion ((παιδιον) que efectivamente significa 'niño'.

Pero cuando Jesús dice: 'Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí", el término griego cambia a mikros (μικρος), que significa pequeño, chico, como microscópico.

Ya no se refiere a los niños, sino a quienes han comenzado a seguir a Cristo y ya tienen cierto entendimiento; mejor dicho, a los que han comenzado a entender a través de lo que en ellos es pequeño.

Se refiere a aquellos en quienes ha empezado ya el proceso de la metanoia.

Más adelante, y luego de haber dicho que es necesario que vengan escándalos, dice: 'mas ¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!', y agrega:

"Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? Si tuviese algún hombre cien ovejas y se descarriase una de ellas, ¿no iría por los montes, dejadas las noventa y nueve, a buscar la que se había descarriado? Y si aconteciese hallarla, de cierto os digo que más se goza de aquélla, que de las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños." (Mateo, XVIII, 10/14).

De suerte que la oveja perdida es el pequeño.

En esta parábola se relaciona a uno que se ha perdido con "la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos."

Hacia este uno se dirige la voluntad de Dios, o bien es éste el único que puede conectar al hombre con el 'cielo.'

'Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños."

Y aunque en este caso no se menciona el 'arrepentimiento', hemos de tener presente lo que ya se ha dicho: 'antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis, igualmente.'

Quiere decir que quien no alcanza aquel estado que se llama 'arrepentimiento', la metanoia; perecerá inevitablemente.

Pero la Gracia de Dios comienza a obrar sobre quien se "arrepiente", y esto tiene que ver con el hallazgo de lo que se ha perdido o descarriado.

Si ahora volvemos a aquel verso del Padre Nuestro:

'Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo', y lo aplicamos nuevamente en su sentido interno, al estado interior del hombre, echaremos de ver que se refiere al 'cielo' en el hombre; mejor dicho, a aquella posibilidad que tiene el hombre de colocarse bajo un nuevo orden de influencias que se definen como la voluntad de Dios.

En esta parábola esto se vincula con el hallazgo de lo que el hombre ha perdido, con este uno, y del que expresamente se dice que no es la voluntad del cielo que se pierda.

Podemos hacer otra analogía: supongamos que alguien quiera extraer oro de la tierra.

Para hacerlo tendrá que utilizar algún instrumento.

Pero el instrumento sólo será un medio para dicho fin.

La finalidad es extraer oro, y una vez hallado el oro, el instrumento deja de tener utilidad.

En más de un sentido, los Evangelios ven al hombre de una manera muy similar a esta analogía.

Consideran que tal cual es, está perdido.

Pero que en él hay algo tan precioso como el oro.

Al principio tiene que aprender a vivir en el mundo y obtener del mundo un instrumento que le permita vivir.

Pero, desde el punto de vista de los Evangelios esta no es su finalidad, su propósito, su fin.

El instrumento que el hombre adquiera en la vida puede ser bueno como malo: y si es malo, nada hay en él que pueda llevarlo más allá de sí mismo.

Todo lo bueno que adquiera en la vida no le es realmente propio, no le pertenece, sino que constituye su primera etapa, una etapa que le es absolutamente necesario alcanzar con relación a la totalidad de la enseñanza de la evolución humana.

Esta faz que el hombre adquiere, faz que no le es propia y que, a la vez, le permite desempeñar alguna función útil en la vida, a comportarse con decencia, a cumplir con sus deberes, etc., no es el punto desde el cual puede evolucionar.

Pero, a menos que se forme, no será posible que haya en él un crecimiento interior o evolución.

Todo este aspecto de la vida del hombre que, como ya se ha dicho, puede ser bueno y útil y que ha de adquirirse en la vida mediante la educación y preparación, ya que sin él nada puede ocurrirle, puede llamarse, grosso modo, "los otros noventa y nueve."

Es aquella parte del hombre que no necesita arrepentirse.

Y no lo necesita porque no puede adelantar.

Aunque tenga esta faz bien construida, con los mejores medios y por las mejores influencias de la vida externa, no está, sin embargo, vivo.

Por muy bueno que sea, se halla de todos modos muerto o perdido desde el punto de vista de la enseñanza de Jesús.

Es indispensable comprender que la vida conduce al hombre solamente a una etapa de su posible evolución.

Y toda la enseñanza de los Evangelios, y otras similares, que tratan acerca del hombre en su más íntimo sentido, se refiere a una mayor evolución, que empieza con la metanoia.

Pero para poder desaparecer, para volverse un niño pequeño, para buscar lo que ha perdido, tiene que ir necesariamente contra todo lo que cree ser, contra cuanto ha hecho y contra lo que estima más valioso de su carrera.

Esta faz, "los noventa y nueve", no precisa arrepentirse por la sencilla razón de que no lo necesita.

Para que el hombre pueda trocar su cimiento interior y comenzar de un modo enteramente nuevo; para 'volverse' o librarse de sus muy razonables sentimientos de mérito, debe emprender una lucha que ni siquiera podría empezar a menos que vea todo lo hecho sólo como un medio que le conduce a otro fin.

Y acerca de este fin τέλος hablan los Evangelios en casi todas sus líneas.

Maurice Nicoll


No hay comentarios:

Publicar un comentario